"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

sábado, 7 de marzo de 2015

Tour Peligroso #5 Cabo Polonio

El último enclave de la gira del Trío Peligroso por la costa uruguaya sería Cabo Polonio, balneario ubicado dentro del parque nacional homónimo, tierra de anacoretas que presuntamente le debe su nombre al naufragio del navío Polonio, acaecido en el siglo XVIII en sus costas.

Se puede llegar al Cabo caminando desde Valizas por la playa, en una travesía de unos 10 kilómetros bordeando la costa. Ary, que había realizado dicha excursión unos años atrás sin equipaje, consideró que el portamento de nuestras mochilas e instrumentos tornaría el recorrido algo tedioso, por lo que nos inclinamos por la otra opción, que era llegar por vía motorizada. Así, nos subimos a un safari -tipo sabana africana- que, zigzagueando entre dunas y bosques, depositó nuestras existencias en el exótico (y mitificado) paraje.


Al arribar al centro simbólico del balneario, la primera impresión que me asaltó fue la de una explosión de colores. Banderas de países de todas las latitudes, la wiphala y demás tejidos sobrevolaban las cabezas de los transeúntes, que se desplazaban de aquí para allá como peregrinos de un hippismo místico, en la procura de un contacto tangible con la naturaleza, lejos de las grandes urbes. Las también coloridas casas, hostels y restaurantes estaban desparramadas multiformemente siguiendo la lógica de la no-coherencia. Luego nos contarían que, desde su fundación, el lugar jamás contó con un trazado urbano planificado, sino que las construcciones se fueron emplazando de manera espontánea: "Acá casi nadie tiene papeles de propiedad, se trata en su mayoría tierras fiscales", nos relataría una familia amiga. "La gente que fue llegando se fue armando su casa sin pedirle permiso a nadie. Hoy somos dueños de los materiales, de las paredes, del techo y de la puerta, pero no del terreno".

Otra de las particularidades de Cabo Polonio es la ausencia de luz eléctrica. Exceptuando algunas casas y locales que tienen un generador propio, por lo general la iluminación nocturna del lugar depende de velas (colocadas dentro de botellas de plástico con arena), la luna y las estrellas.

Vagabundos polónicos aguardando el alba

Momentos después de nuestro aterrizaje, en nuestra primera caminata en suelo polónico, un sujeto flacucho con una linterna en la cabeza se nos acercó y,
por el sólo hecho de vernos con los instrumentos a cuestas, nos propuso tocar en su boliche - un pequeño antro subterráneo bautizado El Búnker del Bajón. Sin preocuparse en lo más mínimo por nuestra propuesta musical ni por nuestras capacidades (o incapacidades) interpretativas, sugirió al pasar, como quien no quiere la cosa, que nos podía llegar a dar algo de comer, y que podríamos pasar la gorra. Ni siquiera mencionó la posibilidad de pagarnos por nuestra presentación, y cuando le pregunté al respecto descubrí que tal acción se encontraba fuera del alcance de su campo conceptual sobre la existencia humana. Al muchacho lo habían acostumbrado a que los músicos tocamos en bares "de onda", "por amor al arte"...

Le explicamos que acabábamos de llegar y que todavía necesitábamos organizar nuestra estadía, empezando por el hecho de procurarnos un lugar de pernocte, a lo que nos ofreció dormir en el suelo de El Búnker. Nos comentó que su clientela estaba conformada mayoritariamente por los bajoneros que salían de los boliches ebrios & con ganas de alimentarse, por lo que el horario en que cerraba oscilaba alrededor de las 6 o 7 de la mañana, hora en la que podríamos tirarnos a descansar hasta el mediodía. Antes de aceptar su propuesta, decidimos perseguir otra punta - la única que teníamos en el lugar antes de llegar.


En el Cabo existen dos playas: la Norte y la Sur. La distancia entre ambas se recorre a pie en pocos minutos. En la primera sale el sol, en la segunda se esconde. En esta última, además, se encuentran las casas más adineradas (las pocas que cuentan con papeles de terrenos) del balneario. Perfilamos hacia ella, nos ubicamos junto a un parador en el que se desarrollaba una descontextualizadísima fiesta electrónica for gringos y, primero yo y después Ary, comenzamos a caminar procurando el rastro de "un tal Marcelo" proporcionado por Rao (el duendecillo brasilero gracias al cual habíamos habitado una caverna el verano anterior, y la casa de Dani & Gime en La Paloma recientemente), pero sin éxito. No teníamos ni su número de teléfono, ni manera de contactarlo por internet (¿existía internet en el Cabo?). Únicamente sabíamos que en algún lugar recóndito de la Playa Sur vivía un señor llamado Marcelo que había alojado a nuestro amigo hacía poco tiempo. "Acá nadie te va a hospedar gratis" me aseguró sobradoramente un hombre con pasta de campeón que escuchaba Pink Floyd y tomaba cerveza junto a su mujer en la puerta de su casa, junto a una imponente 4x4. Después de mucha búsqueda y ninguna certeza, la noche del Polonio era ya un manto irreversible sobre nuestras cabezas.

Teníamos carpas, pero acampar estaba prohibido conforme las contradictorias leyes del parque nacional, que sí permitían camionetas 4x4, fiestas electrónicas y gringos borrachos - En la expedición por Playa Sur descubrí que los precios de TODO eran estratosféricos - El alojamiento disponible más barato que encontré fue de 150 dólares yanquis por noche, por persona - Entendiendo que era nuestra única alternativa, regresamos a El Bunker del Bajón para aceptar su propuesta - Nos dijo que fuéramos a tocar alrededor de las 2 de la madrugada - Le pedimos dejar nuestras mochilas ahí y salimos a musiquear la noche hasta entonces.

Ary polónico

Recorriendo los restaurantes y bares polónicos, apiñados en la presunta calle principal, fuimos haciéndonos de una moneda, pero en un nivel considerablemente menor -y con un esfuerzo mucho mayor- al que veníamos acostumbrados, tal vez por la gran cantidad de competencia circundante (parecía que todos en el Cabo eran músicos), y porque los turistas ya tenían suficientes gastos en alojamiento, comida & souvenirs como para colaborar con la causa de estos humildes artistas callejeros. El clímax de la enreverada noche fue una concierto lunar en la puerta de un restaurante llamado León del Cabo, donde tocamos absolutamente todo nuestro repertorio peligroso (incluyendo temas que no habíamos ensayado lo suficiente, y llegando a repetir canciones cuando no teníamos más) frente a un grupo por momentos bastante numeroso de gente que se fue quedando para escuchar & bailar al compás de nuestros ritmos - La luna se desparramaba con una potencia inusitada, como una marea dilúvica, sobre la noche. Una rubia, tal vez extasiada por causa de la influencia lunar, hizo una especie de ritual en mi cara, moviendo sus manos de forma quimérica a escasos centímetros de distancia, mientras yo intentaba mantener la concentración en mantener el arco cerca del puente del violín - Sensación de embriaguez estelar - Influencia lumínica del satélite blanco bañando nuestras manos afiebradas - Interconexión astronómica entre el hecho musical y el Todo.

Una vez finalizada la extensa presentación, Foppi, que oficiaba como mánager del Trío, se metió en El León del Cabo para hacer negocios. En cuestión de segundos salió con una sonrisa en la cara y las buenas nuevas: había conseguido una fecha oficial para la jornada siguiente, y una pizza cortesía de la casa para ese mismo momento, en agradecimiento por la cantidad de gente que habíamos congregado en las inmediaciones del boliche.

Adri, alias Foppi, percusionista, 
manager & pasador de gorra del Trío Peligroso

Después de degustar la pizza junto a una cerveza, encaramos para El Búnker del Bajón a la hora pactada y nos encontramos con la presencia de un grupo musical en acción. Resulta ser que no habíamos sido el único conjunto al que el anfitrión le había propuesto tocar (su estrategia consistía en invitar a todos los grupos posibles para la misma noche, "por si alguno le fallaba")... Terminaron de tocar sus músicas brasileras y comenzó a tocar otro grupo, del cual sí nos había advertido (se trataba del grupo "oficial" de la noche). Al verme con el violín, me invitaron a improvisar con ellos. Luego se sumaron Ary & Foppi y terminamos armando una gran zappada que duró aproximadamente 2 horas. Pegamos muy buena onda con los músicos: Joaquín (saxo), Manuel (percusión) y Ann-Marie (voz). Siendo aproximadamente las 5 de la mañana, mis músculos pedían un descanso violinístico después de tantas horas de tocattas ininterrumpidas. Puesto que la jornada laboral en el boliche todavía estaba en pañales, el Trío Peligroso salió a aventurear el exterior una vez más, esta vez sin instrumentos...

Caminamos en dirección al faro, que llevaba más de un siglo custodiando la costa del surreal paraje. Después de haber presenciado un atardecer hermoso en Playa Sur y de haber tocado durante horas y horas a lo largo y ancho de la madrugada, los rayos de Aurora, la diosa de los dedos rosados, nos alcanzaron conformando un amanecer plagado de magia. En las cercanías del faro del Polonio las olas rompían con violencia indómita, y en las rocas apiladas como piezas de un shenga extinto se desperezaba una miríada de lobos y lobitos marinos que nos recordaba el Misterio de la Creación con sus sonidos guturales.


Volvimos a El Búnker del Bajón para intentar conciliar nuestro prometido sueño o para, por lo menos, ligar una porción de pizza. Nos sentamos los tres juntos en el único sillón que había, junto a nuestro amigo Joaquín, que se encontraba degustando una hamburguesa bajonera. Aguardamos sigilosamente alguna señal del sujeto de la linterna minera, pero aparentemente se encontraba demasiado ocupado atendiendo a los esporádicos borrachos que se acercaban al antro como para prestarnos un gramo de atención. Llegado el momento, un grupo de europeos hizo acto de presencia y el muchacho nos pidió ("cortésmente") que nos retiráramos para que pudieran ubicarse en el sillón que estábamos ocupando. Eran las 8 de la mañana (completamente de día) y en sus palabras se dejaba traslucir el hecho de que no le interesaba en lo más mínimo retribuirnos el concierto que habíamos brindado allí horas atrás. Su promesa incumplida, sumado al hambre & el sueño producto de toda una noche tocando y tocando sin parar, comenzaron a generar un hastío generalizado en mi ser. Tratando de enmendar su excesiva falta de respeto y cordialidad, el sujeto me llevó afuera y me ofreció descanso a la intemperie, en un colchón mohoso y absolutamente húmedo producto del rocío de la mañana que tenía tirado junto a la pared de El Búnker. Me quedé paralizado tratando de asimilar la clase de cortocircuito cerebral que sufría y por un instante me asaltaron unas fuertes ganas de estrangularlo, variable que deseché rápidamente por considerarla perjudicial para con mi relación con la Justicia. Entré al boliche, agarré mi mochila y mi violín (en el camino tiré sin querer una radio, a lo que el tipo se escandalizó y me dijo de mala manera "flaco, yo estoy laburando", sin atender el hecho de que nosotros también habíamos trabajado esa noche para él, con la diferencia de que, a cambio de nuestra labor, no habíamos recibido ni dinero, ni comida, ni lugar de descanso) y salí al exterior. En ese momento apareció Foppi y me dijo "vení, seguime", mientras caminaba rápidamente cruzando perpendicularmente el Cabo. Después de 24 horas sin dormir, mi cabeza daba más vueltas que el Boca de Bianchi.

El Búnker

Foppi me guió hasta una casa blanca y me explicó que, en una admirable muestra de hospitalidad, Joaquín nos había ofrecido quedarnos ahí. Se trataba de la casa de su familia y la única condición era que nos manejáramos en relativo silencio. Tenía una cama disponible, en la que se instaló Foppi, y una hamaca paraguaya, que ocupó Ary. Por mi parte, me enfundé en mi bolsa de dormir y me acosté junto a la pared exterior de la casa, en un intento por apaciguar el insaciable viento del Polonio.


Al despertar nos encontramos con la inestimable generosidad de la familia Pisciottano Pucci. Además de los músicos con los que habíamos compartido la tocatta durante la noche (los hermanos Joaquín y Manuel & su amiga Ann-Marie), se encontraba un tercer hermano, la madre y la abuela de la familia, además de novias y/o amigas cercanas. Durante todo el día nos hicieron sentir como en nuestra casa, compartiendo comidas, mates y anécdotas, y recibiéndonos con mucho afecto. En modo de agradecimiento, les ofrecimos un concierto exclusivo en el alero de su casa. La abuela, que había construido la casa junto a su marido 40 años atrás, destellaba una alegría contagiosa. En la previa a nuestro recital, manifestó con simpatía que "estas cosas sólo se dan en el Polonio".


El Viento del Polonio trajo a mi memoria ráfagas de vientos patagónicos. Éste, sumado a la disposición aleatoria de las casas & el aislamiento geográfico del lugar, me hizo recordar El Chaltén, la pequeña localidad santacruceña que se emplaza debajo del cerro Fitz Roy y que tuve la suerte de conocer durante la primavera de 2011.

Por la tarde realizamos un trekking que consistía en bordear toda la costa, partiendo de Playa Norte y culminando con el avistamiento del atardecer en Playa Sur. Habíamos encontrado unos folletos en la entrada del parque que lo promocionaban como "LA AVENTURA" del Cabo. La madre de los Pisciottano Pucci se rió cuando les consultamos sobre el circuito ("¿Trekking? ¿En Cabo Polonio? Si acá media hora alcanza y sobra para recorrer todo..."), pero no nos desmotivamos y emprendimos en buena hora la caminata, que incluyó lobos marinos, conversaciones existenciales, una visita al faro y el atardecer más impresionante que recuerdo haber presenciado...


Creo que la mayor magia de Cabo Polonio reside en la visualización de ciertos fenómenos astronómicos que desde él se tiene. Dada su situacion geográfica, se puede contemplar el amanecer en una playa y el atardecer desde la otra - Y el mismo sol que nació del mar se hunde en él para darle paso a la noche - Y la magia del cielo llega a su clímax cuando hay Luna llena, entonces uno contempla el ocaso que pinta el horizonte de un millón de colores y con solo girar la cabeza ve que del horizonte opuesto, el océano da a luz un huevo gigante que la Humanidad ha bautizado Luna - Día y noche simultáneamente; con una simple rotación del cuello uno accede a la visión de la mayor metáfora que puede existir sobre la vida y la muerte. La Luna inundándonos de su luz pálida mientras el Sol se extingue suavemente en un fade out que va eliminando colores del firmamento, hasta que el negro se hace mantra. Y entonces las estrellas...

Alunados

La noche despedida de Cabo Polonio nos depositó en El León del Cabo, el mismo restaurante que nos había regalado (y de onda) la pizza que El Búnker nos había negado. Esta vez de manera oficial, el Trío Peligroso ofreció un concierto completo en su patio, al que se sumaron como invitados nuestros amigos uruguayos Joaquín, Manu y Ann-Marie. Durante la velada tuvimos oportunidad de conversar con ellos bastante sobre viajes, música y experiencias vitales, ensalada de repollo & Heineken mediante. Yo me encontraba en las postrimerías de una nueva incursión en territorio brasilero, y los relatos de Manu y Ann-Marie de sus aventuras por el país carioca me brindaron una buena cantidad de informaciones contextualizadoras. Ella había hecho un viaje a dedo de varios meses, recorriendo las rutas que comunican los distintos puntos del país de punta a punta, conversando con camioneros en estaciones de servicio para conseguir carona. Frente al prejuicio generalizado (y, tal vez, hasta cierto punto entendible) de que "para una mujer es imposible viajar haciendo autostop sola" por la posibilidad de ser asaltada / violada / víctima de trata, etc., ella nos relató que, más allá de tener que "frenarle el carro" a algún que otro camionero esporádicamente, no vivió más que experiencias positivas y espiritualmente nutritivas.

Además de su aventura rutera por Brasil, Ann-Marie cargaba un prontuario de latitudes inverosímiles. Sin ir más lejos, su nombre (que yo, debo confesar, había sospechado un seudónimo) encontraba su razón de ser en su natalicio, acaecido en Suecia por caprichos del destino. La fusión idiosincrática de ese encruzamiento raizal se vio plasmada por completo cuando entonó la canción Gabriela, que se trataba a las claras de Óleo de una mujer con sombrero, clásico del cantautor cubano Silvio Rodríguez, pero con otra letra y en sueco. Resulta ser que un compositor del país escandinavo había aprovechado cierto éxito que el compositor centroamericano había tenido en las lejanas regiones de las que provienen los colores de Boca Juniors, utilizando la melodía & armonía del tema, pero dotándola de fonemas neo-vikingos comprensibles para las masas noreuropas.

Joaquín también nos relató pedazos de su vida músico-viajera. Había vivido en Europa, en países como Escocia, Irlanda & España, entre otros, trabajando de lo que sea. En su historia resaltaba un extenso y solitario viaje a la India, donde pasó 8 meses aprendiendo a vivir en un país donde todo, "hasta lo más chiquito", es completamente distinto. "Es una experiencia que hay que hacer", nos aseguró.

En el fragor de la tocatta desplegamos nuestro mejor arsenal, pero el viento & llovizna constantes dotaban a nuestra presentación de una dosis considerablemente menor de adeptos que durante la noche anterior. A pesar de ello, la experiencia de hacer música en ese paraje que no dejaba de sorprenderme no cesaba de inflarme el pecho de alegría. La magia de los fenómenos climatológicos de la nocturnidad polónica me llevaron a escribir en mi cuaderno:

estrellas bañadas en niebla
luna llena plateada derramándose sobre el faro
nubes se deslizan a toda velocidad

Con la luna escondida detrás de las nubes presurosas, mi cuerda de sol se cortó en un pizzicato en Mi Mayor, dando por terminada la gira del Trío Peligroso por Uruguay. Luego de nuestra aventura musical costeando el Océano Atlántico de la república vecina durante diez días, nuestros caminos se bifurcarían. A mí me esperaban Curitiba y su oficina de música, mientras que mis compañeros rumbearían para Montevideo y su fiesta de San Baltasar, la llamada de candombe más importante del país. Nos quedarían los recuerdos compartidos, las tocattas y los paisajes, la hospitalidad uruguaya evidenciada en Daniel y Gimena y en la familia Pisciottano Pucci, la magia del rancho místico de Punta Rubia, el lunfardo de El Canario y la magia del Polonio, pero, por sobre todas las cosas, la certeza de un camino abierto e infinito para pasos que lo transitan cargados de música y esperanza.

Trío Peligroso

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