"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

lunes, 25 de febrero de 2013

La Ciudad de los Ríos


El insistente traqueteo del agua golpeando mi techo me obligó a abandonar el mundo onírico. Creí que era la lluvia quien me despertaba. Eran las 8 de la mañana. Una mezcla de fastidio y desilusión se formó en mí cuando, al abrir la carpa, comprendí que las gotas que me rociaban provenían no del firmamento, sino de las regadoras automáticas-giratorias de la COPEC, las cuales me rodeaban como en una emboscada.

A las 8:30 empecé mi jornada de autostop bajo un melancólico cielo cubierto de nubes. Rápidamente me subí al camión de Eduardo, idéntico al del hombre que me dejara en Lautaro la noche anterior. Eduardo me interiorizó un poco más acerca del conflicto mapuche, reiterándome en líneas generales informaciones iguales a las ya conocidas. Me dejó en San José de la Mariquina, donde es necesario desviarse de la interminable Ruta 5 (columna vertebral de las rutas chilenas) para tomar el camino a Valdivia. En la bifurcación del camino me levantó un trabajador, que se apretujó en la cabina de su camioneta junto a su hijo para cederme lugar. Este gentil hombre me nombró todos los ríos que atraviesan Valdivia (el Calle Calle, el Cau-Cau, el Cruces y el homónimo de la ciudad) y me convidó, a través de su voz, una canción popular de la zona. En el río Calle Calle se está bañando la luna / se está bañando desnuda, toda vestida de espuma...

El reencuentro con Valdivia fue como el reencuentro con un viejo conocido. 7 años atrás, durante mi primer viaje como mochilero, había visitado la ciudad junto a mi padre y mi hermano, culminando en aquella ocasión un recorrido que había comenzado en el Lago Huechulafquen. Solo esta vez, volvía a pisar una ciudad cuyas imágenes se arremolinaban en mis recuerdos como un collage difuso. Los entreverados ríos, las plazas, los pintorescos puentes, la exótica feria fluvial, me dieron la bienvenida a mi primer lugar de descanso desde mi partida de San Marcos Sierras, cinco días atrás. Valdivia, la hermosa Ciudad de los Ríos, la Llave del Mar del Sur, nuevamente bajo las suelas de mis zapatos, que acumulaban ahora 1198 kilómetros más a dedo, desde Mendoza.




Caminé hasta la terminal para encontrarme con Marcelo, amigo de mi padre que me hospedaría, como en el 2006. Mientras lo esperaba, toqué el violín en público por primera vez desde San Marcos. Fue una media hora de Vivaldi e improvisaciones menores, además de alguna que otra siempre rendidora melodía de película o de dibujos animados. En total, $2.250 chilenos (unos U$S 5) de ganancia. ¡Puras monedas trasandinas para mis arcas! (Nota: en San Marcos improvisé junto a un DJ, en el marco de una fiesta electrónica en pleno monte).

Llegó Marcelo, a quién reconocí de inmediato a pesar de los lentes de sol, el pelo corto y los siete años de distancia. Pasamos a buscar a Pedro, su hijo astrónomo-guitarrista (la versión chilena de Brian May) y nos enfrascamos en la preparación de un curanto, plato típico chileno a base de mariscos. En este caso, acompañado de carne de cerdo y cocinado con vino blanco. Tremendo banquete de bienvenida, al que se sumó Eric, amigo de la familia con quien luego salimos a recorrer. Esa tarde, desde las alturas tuvimos vistas de los ríos nor-patagónicos valdivianos, venas que confluyen hacia su corazón, el Océano Pacífico, que se divisa en el horizonte.







La ciudad fue fundada en 1552 por el conquistador Pedro de Valdivia. Por su privilegiada posición, con el tiempo se convirtió en uno de los puntos estratégicos más importantes de la corona española en el Pacífico, siendo considerada como la llave del mar del SurEn ella y en sus alrededores (Bahía de Corral, isla de Mancera, Niebla) se conservan aún fuertes, castillos y torreones coloniales. Hoy, estas construcciones se levantan como mudos testigos del paso del tiempo en medio de las coloridas casitas de madera de techos a dos aguas, típicas de la zona.





El mercado fluvial es un espectáculo de productos marítimos donde se consiguen toda clase de pescados y mariscos, además de frutas, verduras, quesos, etcétera. Emplazado en el borde del río Valdivia, ofrece un pintoresco cuadro donde lobos marinos y una gran variedad de aves, desde gaviotas hasta pelícanos, se atrincheran a la espera de restos de pescado, que los vendedores cortan y arrojan hacia ellos.








A propósito del conflicto mapuche, Marcelo, que es antropólogo, me dio la versión de los hechos con la que más de acuerdo estoy hasta el momento: que si bien su reclamo es justo (esta es la parte que los camioneros con los que hablé del tema no habían manifestado), los medios que adoptan para protestar (cortes de ruta e incendio de camiones y de viviendas, llegando recientemente a la muerte de una familia latifundista) no son los más apropiados. Pero que el estado chileno debería devolverles sus tierras, eso no está en discusión.

Fui testigo, en el mercado fluvial, de un acto de propaganda mapuche llamando a la concientización de su pueblo. De imprevisto, entró un grupo de personas encapuchadas sujetando una bandera y repartiendo volantes, desfilando por entre los puestos de los vendedores de manera absolutamente pacífica. Aquí la transcripción textual de los volantes, a los que se les podría adjudicar cierta tendencia socialista o, al menos, claramente anti-capitalista:

"Mapuche NO es terrorista...
Resistir en contra de un sistema que se les impone, un sistema de explotación y destrucción, no es sinónimo de terrorismo. El verdadero terrorista es el que asesina, roba e impone el terror en la nación mapuche.

Mapuche NO es flojo...
Cultivar para vivir, no cultivar para hacerse rico. Es la lógica que muchos no entienden. "¿Para qué darles tierras si no las producen?". Sí las producen, pero no la sobreexplotan. La cuidan, la protejen (sic), la respetan. En cambio, el latifundista solo se preocupa que sus bolsillos no dejen de llenarse con el billetón.

¿Qué rol toma el estado?...
El estado actual es un estado burgués, por lo tanto su único rol es defender a los de su clase. Desde siempre el estado se ha encargado de perseguir y encarcelar a todo aquel que no siga las reglas de su juego. El mapuche no se salva.

¡EXPLOTADO RECONÓCETE!
¡LIBÉRATE DE TU OPRESOR!

¡¡Despierta, Organízate y Lucha!!"

Además de antropólogo, Marcelo es músico. Una noche, después de un par cervezas (Valdivia es uno de los polos cerveceros más importantes de Chile) combinamos sus dedos punk-mántricos con los míos spinetto-pink floydianos para abrirle la cancha a una zapada introspectiva, canalización musical del camino recorrido y del momento presente.


Cerca del mercado fluvial hay una reproducción del péndulo de Foucault, invento que demostró públicamente la rotación de la Tierra sobre su propio eje en el año 1851. Valdivia es una ciudad para quedarse a vivir, pero, como el péndulo lo demuestra, el mundo gira. Y yo con él. Las Torres del Paine aún están lejanas y el tiempo no para. Llega el momento de partir. La Patagonia se hace carne.


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