"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

lunes, 6 de febrero de 2012

Viaje 2012 IX: Lima y Huaraz

Al final de la entrada anterior mencioné que en nuestra expedición por el parque industrial de Cusco, en busca de camioneros que quisieran llevarnos a Lima, conocimos a Johan, hijo del dueño de una empresa que transporta mercancías a lo largo del sur del país. Nos comentó que uno de sus camiones partiría al día siguiente a la capital, y que no habría drama en que nosotros subiéramos a él.


Así fue que el miércoles 1 de febrero a las 12 del mediodía llegamos al parque industrial con todo nuestro equipaje, con la ilusión de comenzar un viaje de dos días atravesando en camión todo el sur del Perú. Johan volvió a repetirnos que todo estaba bien.
- Pero ¿ya le preguntaste al chofer? ¿Y si no quiere llevarnos?
- Va a tener que querer. ¡Yo soy el jefe!


Una y otra vez se amparó en su autoridad para tranquilizarnos. Eran evidentes sus ganas de ayudarnos, pero… ¿y las del conductor? Finalmente no consiguió convencer a su chofer para que nos llevara. El hombre argumentó que le daba miedo, que él no llevaba pasajeros, que "¿y si me roban?", que "a la noche no podré dormir", que "mira si están indocumentados", etc., y no hubo manera de ablandarlo. Entonces Johan consultó con camioneros de otras empresas, pero ninguno salía esa misma tarde a Lima. Sintiéndose en deuda, decidió pagarnos los pasajes en micro. Amagamos con rechazarlo, pero "una promesa es una promesa y yo estoy en deuda con ustedes" dijo, y así ocurrió. Nos llevó en taxi a la terminal de ómnibus y pagó 60 de los 90 soles que costó cada pasaje. Agradeciéndole infinitamente nos despedimos, sintiéndonos en deuda nosotros con él.

Teníamos dos horas de espera para la salida del micro. Nos pusimos a jugar unas partidas de ajedrez, cuando irrumpieron en la terminal Wilson y Carina. Habíamos creído que nos los veríamos más durante el viaje. Al menos, ya nos habíamos despedido vía internet. Pero ahí estaban, arreglando unos asuntos para emprender el regreso a San Pablo. Intentamos convencerlos de rever su decisión y de viajar a Lima con nosotros, mas no se doblegaron.


Después de un rato de charla aparecieron Paula, Nico y el Hippie, recién llegados de Machu Picchu. Los dos primeros viajaban a Abancay, el último volvía a Buenos Aires. Encantados con el encuentro casual de los siete, nos sacamos una foto y nos despedimos en una especie de abrazo grupal. La cofradía terminaba de resquebrajarse, tras el inicio en común a fines de diciembre. Pero no hubo más tiempo de sentimentalismos. Eran las seis de la tarde, el micro a Lima se iba y nuestro destino se apegaba a él.


Tras 22 insoportables horas de micro, llegamos a Lima el jueves 2 de febrero a las cuatro de la tarde. El camino desde Cusco zigzaguea perturbadoramente durante la mayor parte del viaje, descendiendo progresivamente de la sierra a la costa. Recién se tranquiliza cuando llega a Nazca; para entonces el calor del desierto del sur peruano se hace presente y penetrante. Pero desde Nazca todavía faltan como 7 hs de viaje. Nos comimos un par de esas películas berretas que pasan en los micros de todo el mundo y, para finalizar nuestro suplicio, emergió ante nosotros Lima, la antigua capital del Virreinato del Perú, actual capital de la República.


En la capital peruana nos hospedamos en casa de Rocío, una estudiante de diseño gráfico que conocí por medio de Couch Surfing. Su familia y ella nos trataron de manera magnífica las dos noches que pasamos en su hogar. Fue mi primera experiencia con esta página, y la recomiendo altamente.


La primera noche fuimos a Miraflores, un barrio paquetón tipo Puerto Madero, y tomamos unos tragos de maracuyá con Rocío y otros amigos. En el bar pasaban bastante música argentina, predominantemente rock/pop ochentoso: Los Abuelos de la Nada, Soda Stereo, Enanitos Verdes, entre otros. Más tarde salimos a caminar, y lo hicimos hasta un mirador desde el que se abre el inmenso Océano Pacífico. Era de madrugada y las olas tenían un eco épico, y List y yo nos henchíamos de alegría ante nuestro encuentro con la colosal masa de agua.


Al otro día visitamos el Museo de la Nación. En estos días hay una muestra fotográfica de la "guerra" que abarcó los años 1980-2000 y que tuvo como protagonistas al ejército nacional y a Sendero Luminoso, grupo guerrillero de orientación maoísta. Acá en Perú está absolutamente aceptada lo que en Argentina se denomina "Teoría de los dos demonios". De un lado los militares, y del otro los terroristas de izquierda. Estos últimos son considerados verdaderos demonios, mientras que los milicos sólo "cometieron algunos excesos". Más allá de todo ajuste de términos, en la impactante exposición (el ambiente se asemeja al de una cárcel, o al de una casa saqueada) se refleja el dolor de un pueblo (sobretodo comunidades campesinas) que sufrió atrocidades perpetradas tanto por militares como por guerrilleros.



Luego recorrimos una exposición sobre el Qhapaq Ñan. Con este término quechua se designa al eje vial principal del Tahuantinsuyu. Estuvo (y en su mayoría, aún está) conformado por aproximadamente 30 mil kilómetros de ruta, uniendo de punta a punta un estado que iba desde Mendoza hasta Quito y más allá (más de 5500 kms.)


También vimos una muestra de cerámicas precolombinas: inca, moche, chimú, wari, nazca, y tribus del Amazonas cuyos nombres no recuerdo. En las piezas expuestas se evidenciaba la maestría que alcanzaron esas civilizaciones en el arte de la cerámica, una maestría comparable con muy pocas culturas en la historia de la humanidad.


Lima es una capital cosmopolita donde el resonar de las bocinas, el rugir de los motores y el gritar de las personas se confunden en una masa sonora intolerable. Tanto en Bolivia como en Perú, en los colectivos urbanos hay personas (los llamados cobradores, que son quienes, a su vez, cobran los pasajes) que van gritando a los cuatro vientos los recorridos de los vehículos.


Por la tarde paseamos por los barrios de Miraflores y Barranco junto a Rocío y su amiga María Laura. Bajamos a la playa, deseosos de establecer contacto carnal con el Pacífico. Degustamos marcianos (parecidos a los naranjú, pero más alargados y con sabores como: maracuya, lúcuma, mango, coco, fresa y chocolate) y almorzamos picante de mariscos y papa a la huancaína.


A la noche nos encontramos con más gente de Couch Surfing. No recuerdo cuándo perdimos a Rocío, pero por algún extraño capricho del destino, List y yo terminamos tomando cerveza en un bar de heavy metal con un peruano, un polaco y un canadiense. Entre List que no entendía inglés y los gringos que no entendían castellano, se formó una especie de conversación bilingüe que trataba diversos temas cuyos horizontes no recuerdo. Igual nos cagamos de risa, con Hermética de fondo.


Decidimos que el tiempo en Lima estaba agotado. La grasa de las capitales no se banca más… El sábado sacamos pasajes para viajar por la noche a Huaraz, y aprovechamos el día para recorrer el centro histórico. Visitamos la Plaza San Martín, la Plaza Mayor (donde había un espectáculo de música peruana muy agradable y un señor gritó, orgulloso, "¡señores, que viva el Perú!" tras el término de una canción), el Palacio de Gobierno, la Catedral, etc. También entramos a la "Casa de la Literatura", un museo dedicado a la historia de la literatura peruana, desde sus inicios prehispánicos de tradición oral hasta Vargas Llosa. Allí tuve contacto con la obra de Javier Heraud, un joven poeta guerrillero que murió durante los '60 combatiendo con el Ejército de Liberación Nacional. En el museo exhibían el siguiente fragmento:

Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre pájaros y árboles.


Almorzamos un menú en el centro a eso de las cinco de la tarde. Caminamos un poco más… y ya era hora: la Cordillera Blanca nos esperaba.


Huaraz es un pueblo ubicado 400 kilómetros al noreste de Lima. Con sus 3000 metros sobre el nivel del mar, nos devolvió al paisaje de altura, montañas y falta de aire que habíamos abandonado al salir de Cusco. El micro para llegar fue parecido al de Cusco-Lima… imposible dormir.


Desayunamos en el mercado y salimos a caminar. Nos ofrecieron una excursión a un glaciar. List la rechazó por falta de guita, yo la acepté. El glaciar en cuestión se llama Pastoruri. Se llega a través de un camino de ripio por donde se divisan picos nevados en el horizonte y paisaje andino en su máxima expresión. En el camino hicimos una parada para ver la puya raimondii, una planta que crece sólo en Bolivia y Perú, entre los 4200 y 4500 msnm. Se dice que es “la tatara abuela del ananá”.



Llegamos a los 5000 msnm (recordatorio: sólo 24 hs antes me encontraba en Lima, al nivel del mar) y accedimos a divisar el glaciar en cuestión. Es un glaciar pequeño, que se vio afectado enormemente en los últimos 25 años por efecto del cambio climático, sumado a altos niveles de turismo controlados de manera irracional. Durante años se le permitió a la gente subir y hacer lo que se le antojara en el glaciar… hasta que una ordenanza prohibió dicho permiso con el fin de preservarlo. Hoy queda aproximadamente el 20% del mismo. A pesar de estos datos desalentadores, me gustó estar en medio de la cordillera andina, en esa zona llamada Cordillera Blanca. En la altura se largó una nevada tremenda, la mayor bajo la que yo haya estado jamás.



Mientras tanto, List se fue a visitar unas ruinas mochicas en las cercanías de Huaraz. Cuando nos reencontramos en el pueblo, a eso de las seis de la tarde, él estaba en un estado de dudosa sobriedad. Al parecer había tenido una aventura interplanetaria, que involucraba mucha cerveza y mujeres… No daré más detalles.


Y la aventura continúa por la costa norte de la República de Perú.


No hay comentarios:

Publicar un comentario