"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

miércoles, 11 de enero de 2012

Viaje 2012 IV: La Paz y Sorata

Después de escribir la última entrada el pasado 6 de enero, me dirigí con List, Franco y Pablo (alias Legolas, Frodo y Sam, más Aragorn, es decir, quien escribe), al centro de La Paz para buscar con qué alimentar nuestros organismos. En esa búsqueda conocimos a Macorio, un simpático hombre que cubre su rostro con un barbijo mientras vende pizzas cocinadas en el momento en su horno transportable. Con él mantuvimos una interesante charla acerca del pasado, presente y futuro de Bolivia. El hombre se mostraba esperanzado con la gestión de Evo, y nombró varias medidas que su gobierno viene realizando. También dijo que van a recuperar la porción de costa pacífica que Chile “les robó” en el siglo XIX.

Foto: Franco Stamboni Day

Después de cenar las pizzas de Macorio, más salchichas y salchipapas (delicada combinación de salchichas y papas con aderezo y picante a gusto, comida característica de la región), nos metimos en un antro espantoso decorado con luces de arbolito de navidad y tomamos unas cervezas. Salimos del antro algo alegres y nos mandamos para la Plaza Murillo (plaza principal de La Paz, donde se encuentra la Casa de Gobierno). Notamos que había una especie de operativo, conformado por varios policías que custodiaban la puerta, una moto negra que parecía una nave espacial, y varios coches de vidrios polarizados con la leyenda “Servicio Presidencial”, etc., de modo que nos sentamos en la plaza y esperamos que Evo saliera. Era ya de madrugada y nos preguntábamos para qué carajo podría o querría salir el presidente en ese momento. Pero tras una prolongada aunque no desagradable espera, eso que parecía un mero delirio de borrachos aconteció: Evo salió de la Casa de Gobierno custodiado por unos gendarmes. Nosotros, cuatro gringos borrachos, lo saludamos y vitoreamos fervorosamente. En la plaza no había nadie más. Evo levantó su brazo y nos saludó sonriendo. Evo nos saludó sonriendo. A nosotros. Lo habíamos conseguido. Habíamos visto a Evo.

Al otro día de tan impactante encuentro -segundo día en el país y ya nos habíamos cruzado al mismísimo presidente-, perfilamos nuestro rumbo hacia Sorata. Era una cuenta pendiente del año pasado, e ir fue lo mejor que pudimos haber hecho. Es un lugar increíble, rodeado de montañas, ríos, vegetación y fauna. Algunos (sobre todo quienes se benefician con el turismo del lugar) dicen que es un paraíso terrenal.

Buscando alojamiento terminamos hospedados a mitad de precio en el depósito de "Mirador", hostel que posee una fenomenal vista panorámica. Pasamos allí, entre vasos, platos, sillas y mesas de más, tres noches. Estuvieron muy bien, excepto la segunda, en la que nos aconteció otro hurto: List dejó cargando su celular, salimos a cenar y al regresar no estaba más. Habían entrado en nuestra habitación / depósito. Ahora, además de indocumentados e ilegales, nos encontrábamos incomunicados. Lo cómico es que, además del celular, se afanaron tres chupetines y un mazo de cartas.

Al otro día emprendimos una caminata de 11 kilómetros por una ruta que bordea cerros y ofrece paisajes sencillamente extradimensionales. La caminata en cuestión (2 horas aproximadamente) culmina en la gruta de San Pedro, una apertura en el cerro a través de la cual se llega a una laguna subterránea. Nos la pasamos navegando en un bote a pedal para cuatro personas, chocándonos contra las estalactitas de piedra y divirtiéndonos bastante. En la gruta hay murciélagos, pero suelen esconderse cuando hay gente.

La caminata de vuelta nos demostró que List, además de ser un tipazo, es un excelente arriero. Una niña aymara de 8 años venía por la ruta con un toro a cuestas, y nos pidió ayuda. Fiel a su altruismo, List encaró el asunto sin dudarlo. Cuestión que caminó (y muchas veces hubo de correr) alrededor de una hora tirando de la soga que ataba el cuello del toro, por la empantanada ruta que bordeaba cerros y precipicios, mientras la niña lo alentaba en su idioma autóctono. List le pedía por favor ir más lento, ya que por la altura de la montaña y el barro del camino correr no era cosa sencilla. Ella no lo entendía (manejaba el castellano de manera rudimentaria), y fomentaba al toro a correr más y más.

Frodo demostró ser un flojito. Había hecho incontables referencias a su condición atlética, pero la vuelta a pata fue demasiado para él… y se terminó tomando un taxi que pasaba por ahí, para retornar al centro haciendo uso de los avances de la industrialización.

Llegando de nuevo a la ciudad, nos encontramos con un partido de fútbol donde imperaba una considerable mayoría argentina. Pese al cansancio de la caminata, no lo dudamos. Les pedimos permiso y nos dieron luz verde. La cancha estaba toda embarrada y cada movimiento costaba en demasía, pero fue muy divertido. El equipo en que jugamos “la muralla” List y yo le ganó 2-1 (el 1-0 fue mío) al del salteño Sam. Siendo yo de Boca y él de River, tuvo que comerse un par de gastadas, a pesar de que me había hecho un buen caño…

Al día siguiente nos abastecimos de frutas, verduras y pan en abundancia e improvisamos un picnic en la orilla de un choro (“lugar donde se juntan dos ríos”, en aymara). El día estaba espectacular, pero en dos minutos se nubló y se largó la lluvia con todo. Sorata en verano es eso: lluvia en todo momento.

Una mañana nos encontrábamos desayunando en el mercado central, cuando una anciana de aspecto decrépito se paró a observarnos enigmáticamente. Portaba la típica vestimenta andina, y su edad era incalculable. Parecía un personaje salido de otro tiempo. Sin saber cómo reaccionar en un principio ante su mirada incólume, y sintiéndonos algo incómodos después, entendimos que quería pedirnos algo. No emitía una palabra, pero movía horizontalmente su dedo índice a la altura de su cuello en actitud provocativa. Una vendedora nos advirtió que lo único que quería era que le pagáramos un desayuno… Logrado su objetivo, no nos molestó más.

La última noche nos cruzamos de bando. Nuestro hostel era una depresión, por lo que nos mandamos a tocar y cantar con los pibes del de al lado. Eran los mismos con quienes habíamos jugado el partido de fútbol. Uno tocaba muy bien el charango, y se armó una zappada colectiva interminable… Mi momento de gloria fue cuando toqué Óleo de una mujer con sombrero con más emoción que otra cosa y me aplaudieron. Estuvimos un ratazo ahí. La gente se iba poco a poco y nosotros seguíamos tocando… hasta que vino el dueño a pedirnos que nos calláramos de manera poco amable. Fuimos los últimos en irnos, y retornamos absolutamente ebrios y felices a nuestro hostel, llevándonos un par de botellas por delante. Fue una buena despedida de Sorata.

Ahora estamos de vuelta en La Paz. Todo indica que se ha formado un grupo de 10 personas (los
salteños Frodo y Sam, la Trotska, Paula, Pezu, el Hippie, Chiqui, Talo, List y yo) que partirá próximamente rumbo a Tiwanaku y Copacabana, donde nos reencontraremos con Wilson y Carina, a quienes les perdimos el rastro cuando se fueron a Potosí.

Con List hoy hicimos la denuncia por la pérdida de los pasaportes, alegando un robo en la Plaza San Francisco. Esperamos poder cruzar a Perú sin pagar la multa de 300 pesos bolivianos que le corresponde a los infractores de frontera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario